Una vuelta al 04 de Junio aniversario de la primera chispa de la revolución mexicana.

Una vuelta a la historia aquel 04 de Junio
Un acontecimiento carísimo para todo aquel que siente en las venas correr la sangre de vallisoletanos y que ha sido enfocado desde todos los ángulos imaginables y del que se han hecho numerosas interpretaciones por personas, desde luego, más calificadas que quien ahora lo toma entre las manos.
Se trata nada menos, que del episodio bautizado por aquel periodista de excepción, don Carlos R. Menéndez, como “La primera Chispa de la Revolución” ocurrido en Valladolid, la tierra solar de mis ancestros por siglos, parte de la importante de la gesta heroica que llevo al prócer Francisco I Madero -el apóstol de la democracia- a poner fin a la dictadura del porfiriato.


Los hechos.Así los relata en sus memorias el lic. Crescencio Jiménez Borreguí, redactor, según se dice, del plan llamado de Tzelkoop y que, de acuerdo con el mismo Jiménez fue redactado y firmado en Valladolid.
Retirado como estaba en su finca el Lic Jimenez Borreguí había seguido con el profundo interés que es de suponerse el curso de los acontecimientos, hasta que cansado de su aislamiento, decidió retornar a Valladolid, y así lo hizo la noche del 30 de Mayo de 1910, alojándose en casa de un hermano suyo de nombre Eleuterio.
“No fue sin embargo, tan sigiloso su retorno como para que sus antiguos corregligionarios no lo supieran. Y así fue que, cuando más tranquilo se encontraba escribiendo unas cartas familiares en la misma noche de su llegada, oyó que lo llamaban en tono misterioso para que abriera la puerta sin pérdida de tiempo. Se trataba del Sr Maximiliano R Bonilla, quien entró precipitadamente diciendo que lo perseguía la policía. Sin más ni más atranco las puertas y apagó la luz, tomó del brazo a don Crescencio y sentados ambos en una hamaca, Bonilla le comunicó que muy pronto iban a revelarse contra el gobierno local, que los señores Madero y Pino Suárez estaban al tanto del movimiento, que contaban con los elementos suficientes y que deseaban que Jiménez Borreguí los secundara
“A tan inesperada revelación, don Crescencio replicó, que de ninguna manera podía comprometerse, en virtud de que tenía instrucciones del Sr Madero de no hacer nada sin su aviso.
“Casi al amanecer se despidió de Bonilla y poco después Jiménez Borreguí se trasladó a la casa de otro hermano suyo, pedro Celestino, a fin de evitar visitas que pudieran poner sobre aviso a la policía.
“Justamente a la hora y en el sitio indicados reunieronse los 3 a deliberar y puestos ya de acuerdo sobre los puntos del plan, Ruz Ponce lo escribió a máquina y el Lic Jiménez lo dictó.
Los conjurados pasaron toda aquella noche hablando sobre los detalles del futuro levantamiento. Interpelado por don Crescencio en el sentido de que siendo los jefes del complot deberían estar al tanto de todo y conocer bien con que elementos se contaba, Ruz Ponce contestó: ‘que no tenía razón para preocuparse, que si fracasaba en Valladolid, su cuartel general sería el pueblo de Chichimila, porque solo a 3 km de aquella localidad se encontraban cerca de 2mil indios rebeldes bien provistos de municiones y de maussers, quienes estaban de acuerdo con el movimiento.
El movimiento estalló en la noche siguiente, a las doce y media horas. Conforme a su propósito, el lic Jimenez se mantuvo como espectador de esta primera etapa de la lucha presenciando los acontecimientos desde la fuente de la plaza principal. Allí estaba cuando vio asomar de la calle de Santa Ana al Sr Donato Bates, al frente de 20 hombres que había traído de la finca de Kantó, propiedad del general Francisco Cantón, y dirigirse al señor Claudio Alcocer que se encontraba arrimado a la pared de la casa del Dr Juan Pío Manzano, dándole a entender con ademanes que no había podido apoderarse del cuartel, porque estaba cerrado.
Entonces Alcocer seguido de otros 20 hombres, también trabajadores de Kantó, que lo esperaban disimulados en la oscuridad de un lugar cercano, se dirigió a la oficina de la policía municipal, aledaña al cuartel, y encontrando al centinela que dormitaba con la cabeza apoyada en el postigo de la puerta, le disparó de un balazo que lo hizo rodar muerto, momento que aprovechó para meter la mano en el hueco del citado postigo, abrir la puerta e introducirse en el local con sus hombres para apoderarse de las armas allí almacenadas. El jefe de la policía Facundo Gil y un tal Albornoz intentaron hacer resistencia, pero fueron muertos.
Y aprovechando la confusión les fue fácil a los rebeldes apoderarse del cuartel. Dueños de la situación y entusiasmados con el triunfo obtenido, los revolucionarios echaronse a las calles lanzando vivas al general Porfirio Díaz, al general Francisco Cantón y al licenciado Don Delio Moreno Cantón.
El siete de Junio, el batallón a las órdenes del coronel don Gonzalo Luque, dividido en 3 columnas de a ciento cincuenta hombres, pretendió dar una batida por las calles de San Juan, de la estación ferrocarrilera y otra adyacentes a la plaza mayor, pero fue valerosamente rechazado, ya el licenciado Jiménez se había unido a la lucha, y tomó parte activa en este combate con un núcleo encargado de evitar que los soldados federales llegará a la plaza principal pasando por la calle de San Juan defendida solamente por dieciséis muchachos que hicieron a los soldados más de cincuenta muertos.
Estas victorias parciales comunicaron a los rebeldes un entusiasmados desbordante. Todo fue música y cohetes voladores en las ensangrentadas calles de la sultana del Oriente. Pero lo grave estuvo en que era de los más cegados por la alegría el sr. Ruz Ponce, que paseándose satisfecho por las calles dejó que la gente se embriagase. Sin escuchar a Claudio Alcocer quien le advirtió de tomar precauciones para evitar sorpresas.
“No tardaron los hechos en comprobar las razones de Alcocer. Al siguiente día, cuando las tropas federales y la guardia nacional, a las órdenes del coronel Gozalo Luque e Ignacio A. Lara, en números de más de 4mil hombres comenzaron a estrechar el sitio de la plaza haciendo su entrada por distintas direcciones, solo se podía contar con tres o cuatro cientos hombres armados y en su cabal juicio, los cuales sin embargo de la superioridad del enemigo repelieron el ataque con gran coraje por mas de 7 horas. Pues el fuego inicio a las 7am acabando luego de las 4pm en que los sitiadores pudieron llegar a la plaza principal. En ese punto las fuerzas gobernistas hicieron una verdadera carnicería en gente, que, completamente ebria hallabase tirada durmiendo, pudiéndose comprobar que en cada trinchera había una cuba llena de licor, con esos infelices se ensañaron los vencedores dándoles horrorosa muerte con sus “marrazos”. En buena lid, los muertos de los revolucionarios fueron a lo sumo diez o doce, mientras que los gobernistas contaron tantos que tuvieron que sepultarlos en Zanjas.
Fragmento del libro. Valladolid: una ciudad, una región, una historia (Renan A. Gongora Biachi, Luis A. Ramirez Carrillo)

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